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Aquellas plumas de las alas... [Privado/Aiacos]
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Aquellas plumas de las alas... [Privado/Aiacos]
Los intimidantes pasos de aquella que porta el sapuris de Behemoth revoloteaban por el vacío pasillo. Su largo cabello se mecía ante su andar. Apretaba con fuerza los puños.
Y finalmente llegó...
Solo había que cruzar aquella grande y fina puerta. Suspiró ligeramente. Cerró los ojos evocando la figura de la persona que sabe que se encuentra en aquel lugar. Empuñó la diestra y llamó a la puerta, lo hizo tres veces.
Dio un ligero empujón a la puerta, misma que correspondió con un chillido de las bisagras, como si las mismas anunciasen su llegada. Su carmín mirar barrio el sitio, para dar con aquella tan conocida silueta para ella: La del juez de Garuda.
Sus pasos resonaron en el sitio...
-¿Me mando a llamar, señor Aiacos?- Musita con su voz un tanto golpeada para una mujer. Levantó un poco el mentón cuadrándose en posición de firmes, como si esperase orden alguna.
Y finalmente llegó...
Solo había que cruzar aquella grande y fina puerta. Suspiró ligeramente. Cerró los ojos evocando la figura de la persona que sabe que se encuentra en aquel lugar. Empuñó la diestra y llamó a la puerta, lo hizo tres veces.
Dio un ligero empujón a la puerta, misma que correspondió con un chillido de las bisagras, como si las mismas anunciasen su llegada. Su carmín mirar barrio el sitio, para dar con aquella tan conocida silueta para ella: La del juez de Garuda.
Sus pasos resonaron en el sitio...
-¿Me mando a llamar, señor Aiacos?- Musita con su voz un tanto golpeada para una mujer. Levantó un poco el mentón cuadrándose en posición de firmes, como si esperase orden alguna.
MeMeMe!- Espectro celeste
- Mensajes : 38
Fecha de inscripción : 08/11/2014
Re: Aquellas plumas de las alas... [Privado/Aiacos]
La mujer llego, su presencia cruzo la puerta pero se escucharon pesados pasos que se acercaban detrás de ella, pero no había nadie detrás. Más allá de la gran puerta, a través de las hendiduras de la misma se puede observar el brillo de una luz que se acerca. Muestra que al parecer alguien se acerca abrir la puerta. De momento se escucha el ruido de unas cadenas que golpeaban y el chirrido de pesados cerrojos que se corren, el conocido ruido producido por el largo desuso de las bisagras, y la inmensa puerta que se abre hacia adentro para no mostrar nada más que una larga sala vacía.
De pronto ante aquella pared de geroglifos donde una inmensa ave de rapiña tallada a mano lleva entre sus garras una serpiente se dibuja una sombra de un hombre alto, que se acerca a aquel lugar.
—Bienvenida. —Es allí donde te percatas de que aquel hombre estaba justo a tu lado sin darte cuenta. Cuando deseas mirar a la pared la sombra ya no está.
Estaba nítidamente afeitado y vestido de negro de la cabeza a los pies, sin ninguna mancha de color en ninguna parte. Tenía en la mano una antigua lámpara de plata, en la cual la llama se quemaba sin globo ni protección de ninguna clase, lanzando largas y ondulosas sombras al fluctuar por la corriente de la puerta abierta. Su cabello largo caía en sus hombros y sus ojos te miraban fijamente, mientras el ser realizaba un ademán con su mano derecha, haciendo un gesto cortés y hablando en una excelente fluidez, aunque con una entonación extraña. No hizo ningún movimiento posterior para acercarse, sino que permaneció inmóvil como una estatua, como si su gesto de bienvenida lo hubiese fijado en piedra.
— ¡Entra con libertad y por tu propia voluntad! Deja el protocolo del soldado para después mi querida estrella celeste. Hoy quiero adornar tu soledad con compañía. Necesito preguntarte algo.
En el instante en que traspusiste el umbral de la puerta, dio un paso impulsivamente hacia adelante para extenderte la mano, y tratar de agarrarte con una mano pálida que parecía fría al tacto como el hielo; parecía más la mano de un muerto que de un hombre vivo. El agarre era más de rapto que de otra cosa.
—Sígueme por favor. El aire de la noche está frío, y seguramente necesitas comer. —Mientras hablaba, puso la lámpara sobre un soporte en la pared después siguieron el camino iluminado por mas lámparas en la pared a lo largo de un corredor y luego por unas grandes escaleras de caracol, y a través de otro largo corredor en cuyo piso de piedra las pisadas resonaban fuertemente. Al final abrió de golpe una pesada puerta. Era un cuarto muy bien alumbrado en el cual estaba servida una mesa para la cena, y en cuya chimenea un gran fuego de leños, seguramente recién llevados, lanzaba destellantes llamas.
Aiacos soltó tu mano y entro a la habitación siguió de largo evitando ver la comida servida y mirando las llamas al pie de la gran fogata, reclinado contra la chimenea de piedra; hizo un gracioso movimiento con la mano, señalando la mesa, y dijo:
—Te ruego Violate que te sientes y cenes como mejor te plazca. Espero que me excuses por no acompañarte; pero es que yo ya comí, y generalmente no ceno.
De pronto ante aquella pared de geroglifos donde una inmensa ave de rapiña tallada a mano lleva entre sus garras una serpiente se dibuja una sombra de un hombre alto, que se acerca a aquel lugar.
—Bienvenida. —Es allí donde te percatas de que aquel hombre estaba justo a tu lado sin darte cuenta. Cuando deseas mirar a la pared la sombra ya no está.
Estaba nítidamente afeitado y vestido de negro de la cabeza a los pies, sin ninguna mancha de color en ninguna parte. Tenía en la mano una antigua lámpara de plata, en la cual la llama se quemaba sin globo ni protección de ninguna clase, lanzando largas y ondulosas sombras al fluctuar por la corriente de la puerta abierta. Su cabello largo caía en sus hombros y sus ojos te miraban fijamente, mientras el ser realizaba un ademán con su mano derecha, haciendo un gesto cortés y hablando en una excelente fluidez, aunque con una entonación extraña. No hizo ningún movimiento posterior para acercarse, sino que permaneció inmóvil como una estatua, como si su gesto de bienvenida lo hubiese fijado en piedra.
— ¡Entra con libertad y por tu propia voluntad! Deja el protocolo del soldado para después mi querida estrella celeste. Hoy quiero adornar tu soledad con compañía. Necesito preguntarte algo.
En el instante en que traspusiste el umbral de la puerta, dio un paso impulsivamente hacia adelante para extenderte la mano, y tratar de agarrarte con una mano pálida que parecía fría al tacto como el hielo; parecía más la mano de un muerto que de un hombre vivo. El agarre era más de rapto que de otra cosa.
—Sígueme por favor. El aire de la noche está frío, y seguramente necesitas comer. —Mientras hablaba, puso la lámpara sobre un soporte en la pared después siguieron el camino iluminado por mas lámparas en la pared a lo largo de un corredor y luego por unas grandes escaleras de caracol, y a través de otro largo corredor en cuyo piso de piedra las pisadas resonaban fuertemente. Al final abrió de golpe una pesada puerta. Era un cuarto muy bien alumbrado en el cual estaba servida una mesa para la cena, y en cuya chimenea un gran fuego de leños, seguramente recién llevados, lanzaba destellantes llamas.
Aiacos soltó tu mano y entro a la habitación siguió de largo evitando ver la comida servida y mirando las llamas al pie de la gran fogata, reclinado contra la chimenea de piedra; hizo un gracioso movimiento con la mano, señalando la mesa, y dijo:
—Te ruego Violate que te sientes y cenes como mejor te plazca. Espero que me excuses por no acompañarte; pero es que yo ya comí, y generalmente no ceno.
Aiacos.- Nuevo
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Fecha de inscripción : 23/03/2014
Re: Aquellas plumas de las alas... [Privado/Aiacos]
Afiló la mirada en espera de esa figura tan bien conocida por ella. Finalmente, el hombre hizo acto de presencia.... Aunque... Hubo algo fuera de lo común en ello, miró por el rabillo del ojo solo para percatarse que aquella silueta que divisó al principio ya no se encontraba en el lugar.
Extraño... sin duda alguna.
El espectro arqueó la ceja ante la mención de una pregunta que quería ser ejecutada hacia su persona. Estuvo a punto de cuestionar acerca de lo mismo, cuando sintió como el mayor le tomaba de la mano de aquella forma. No opuso resistencia y tan solo se dedicó a dejarse guiar atreves de aquel sitio, sin poder evitar llevar su carmín mirar hacía la figura que le conducía pero sobre todo a la manera en que le sostenía.
Más de un par de veces durante el trayecto estuvo tentada a mencionar palabra alguna, no obstante, se arrepintió de ello. Por lo tanto permitió que los únicos sonidos que proviniesen de ella fuesen los de sus pasos y los que ejercían su armadura de vez en cuando debido a su andar. Finalmente parecieron llegar a su destino… El hombre de hebras azabaches abrió la puerta, y ella se vio libre de su contacto. En ningún instante el mirar rojizo de Violate perdió detalle de la alta figura del juez de Garuda atenta a todos y cada uno de sus ademanes. Arqueó una ceja, denotando la curiosidad que hizo presa de ella. Cerró los ojos por un instante esbozando inconscientemente una ligera sonrisa. –Mi Señor Aiacos, siempre tan generoso-
Caminó para posicionarse a un lado de la mesa, llevando dos de sus dígitos por la superficie de la misma. Le miró de reojo. –Y por supuesto… considerado- Avanzó acariciando la fina madera del mueble, y tal como le invitó el juez de Garuda tomó asiento en aquella silla. Claro está que mostró sus modales pues el asiento no emitió ruido alguno al ser retirado, tampoco cuando aquel espectro se posicionó para obtener una distancia considerable.
-Si me permite la osadía de preguntar- Con un fino movimiento de su diestra tomó uno de los cubiertos, observándolo atentamente, antes de llevar una vez más la mirada hacía el juez. –¿Qué es aquello que quería preguntarme?-
Simplemente, había algo en el ambiente que no le permitia estar del todo tranquila.
Extraño... sin duda alguna.
El espectro arqueó la ceja ante la mención de una pregunta que quería ser ejecutada hacia su persona. Estuvo a punto de cuestionar acerca de lo mismo, cuando sintió como el mayor le tomaba de la mano de aquella forma. No opuso resistencia y tan solo se dedicó a dejarse guiar atreves de aquel sitio, sin poder evitar llevar su carmín mirar hacía la figura que le conducía pero sobre todo a la manera en que le sostenía.
Más de un par de veces durante el trayecto estuvo tentada a mencionar palabra alguna, no obstante, se arrepintió de ello. Por lo tanto permitió que los únicos sonidos que proviniesen de ella fuesen los de sus pasos y los que ejercían su armadura de vez en cuando debido a su andar. Finalmente parecieron llegar a su destino… El hombre de hebras azabaches abrió la puerta, y ella se vio libre de su contacto. En ningún instante el mirar rojizo de Violate perdió detalle de la alta figura del juez de Garuda atenta a todos y cada uno de sus ademanes. Arqueó una ceja, denotando la curiosidad que hizo presa de ella. Cerró los ojos por un instante esbozando inconscientemente una ligera sonrisa. –Mi Señor Aiacos, siempre tan generoso-
Caminó para posicionarse a un lado de la mesa, llevando dos de sus dígitos por la superficie de la misma. Le miró de reojo. –Y por supuesto… considerado- Avanzó acariciando la fina madera del mueble, y tal como le invitó el juez de Garuda tomó asiento en aquella silla. Claro está que mostró sus modales pues el asiento no emitió ruido alguno al ser retirado, tampoco cuando aquel espectro se posicionó para obtener una distancia considerable.
-Si me permite la osadía de preguntar- Con un fino movimiento de su diestra tomó uno de los cubiertos, observándolo atentamente, antes de llevar una vez más la mirada hacía el juez. –¿Qué es aquello que quería preguntarme?-
Simplemente, había algo en el ambiente que no le permitia estar del todo tranquila.
MeMeMe!- Espectro celeste
- Mensajes : 38
Fecha de inscripción : 08/11/2014
Re: Aquellas plumas de las alas... [Privado/Aiacos]
Una vez Violate se sentó, el mismo se acercó con las manos en la espalda y quitó la tapa del plato, y era un pollo, tierno y asado. Esto, con algo de queso y ensalada, y una botella de Tokay añejo, cena. Luego tomo un pañuelo y lo coloco muy suavemente en las piernas de la dama. Luego acerco su dedo índice derecho a sus labios para demostrar señal de silencio.
—Come por favor. Tenemos tiempo de sobra.
Luego, volvió al fuego de la chimenea y se sentó en un sofá de cuero negro contemplando el fuego. Espero a que se Violate terminara su cena, para invitarla a otro sillón cercano a él. Entre sus manos poseía una pequeña daga con la cual jugueteaba de manera alegre con la punta de esta. La luz del fuego mostraba que tenía una fisonomía de rasgos muy acentuados. Su cara era fuerte, y su nariz aguileña, sus cabellos caían en forma de ondas en su frente y se repartían libremente por sus orejas y hombros. Sus cejas eran muy espesas, casi se encontraban en el entrecejo. La boca, por lo que podía verse de ella, era fina y tenía una apariencia más bien cruel, con unos dientes blancos peculiarmente, aunque sus caninos eran algo agudos; éstos sobresalían sobre los labios cuando sonreia, cuya notable rudeza mostraba una singular de vitalidad. En cuanto a lo demás, sus orejas eran pálidas y extremadamente puntiagudas en la parte superior; el mentón era aguzado y las mejillas firmes, aunque delgadas. La tez era de una palidez extraordinaria.
Entre tanto, el dorso de sus manos mientras descansaban sobre sus rodillas a la luz del fuego, era bastante blancas y finas. Las uñas eran largas, pintadas con un esmalte oscuro, y recortadas en aguda punta. Se Aiacos inclinó hacia Violate una vez sentada para mirarla fijamente. Luego aparto su mirada al fuego que se reflejaba en sus ojos violáceos. Permaneció en silencio unos instantes, una extraña quietud parecía envolverlo todo, se escuchaba el crujir de la madera en el fuego, y un cuadro en la pared de un extraño ángel de cabellos negros con ojos de color rojo sangre, el cual sostenía una mandoble de doble filo, aquel ángel tenía la mirada noble y algo siniestra al mismo tiempo; pero al escuchar más atentamente, fuera del castillo se pudo oír, como si proviniera del valle situado más abajo, el aullido de muchos lobos. Los ojos del Aiacos destellaron, y dijo:
—Escúchalos. Los hijos de la noche.
Luego se incorporó, y rajando la palma con la daga admiro su sangre derramarse de su mano, luego camino alrededor de la sala, se situó delante del juego y derramando algunas gotas en él, la silueta de las llamas cambiaron
—Violate de Behemoth, ¿me sirves por miedo? ¿Crees que si te ordeno algo lo harías solamente porque soy el Juez de Garuda? ¿A qué se debe tu infinita devoción?
—Come por favor. Tenemos tiempo de sobra.
Luego, volvió al fuego de la chimenea y se sentó en un sofá de cuero negro contemplando el fuego. Espero a que se Violate terminara su cena, para invitarla a otro sillón cercano a él. Entre sus manos poseía una pequeña daga con la cual jugueteaba de manera alegre con la punta de esta. La luz del fuego mostraba que tenía una fisonomía de rasgos muy acentuados. Su cara era fuerte, y su nariz aguileña, sus cabellos caían en forma de ondas en su frente y se repartían libremente por sus orejas y hombros. Sus cejas eran muy espesas, casi se encontraban en el entrecejo. La boca, por lo que podía verse de ella, era fina y tenía una apariencia más bien cruel, con unos dientes blancos peculiarmente, aunque sus caninos eran algo agudos; éstos sobresalían sobre los labios cuando sonreia, cuya notable rudeza mostraba una singular de vitalidad. En cuanto a lo demás, sus orejas eran pálidas y extremadamente puntiagudas en la parte superior; el mentón era aguzado y las mejillas firmes, aunque delgadas. La tez era de una palidez extraordinaria.
Entre tanto, el dorso de sus manos mientras descansaban sobre sus rodillas a la luz del fuego, era bastante blancas y finas. Las uñas eran largas, pintadas con un esmalte oscuro, y recortadas en aguda punta. Se Aiacos inclinó hacia Violate una vez sentada para mirarla fijamente. Luego aparto su mirada al fuego que se reflejaba en sus ojos violáceos. Permaneció en silencio unos instantes, una extraña quietud parecía envolverlo todo, se escuchaba el crujir de la madera en el fuego, y un cuadro en la pared de un extraño ángel de cabellos negros con ojos de color rojo sangre, el cual sostenía una mandoble de doble filo, aquel ángel tenía la mirada noble y algo siniestra al mismo tiempo; pero al escuchar más atentamente, fuera del castillo se pudo oír, como si proviniera del valle situado más abajo, el aullido de muchos lobos. Los ojos del Aiacos destellaron, y dijo:
—Escúchalos. Los hijos de la noche.
Luego se incorporó, y rajando la palma con la daga admiro su sangre derramarse de su mano, luego camino alrededor de la sala, se situó delante del juego y derramando algunas gotas en él, la silueta de las llamas cambiaron
—Violate de Behemoth, ¿me sirves por miedo? ¿Crees que si te ordeno algo lo harías solamente porque soy el Juez de Garuda? ¿A qué se debe tu infinita devoción?
Aiacos.- Nuevo
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Fecha de inscripción : 23/03/2014
Re: Aquellas plumas de las alas... [Privado/Aiacos]
Tal vez, solo tal vez, Behemoth apresuraba las cosas. Por ende estuvo de acuerdo con el juez del inframundo ante su mención de tener tiempo de sobra. Emitió un suave suspirar para después solamente dedicarse a guardar silencio y degustar los alimentos predispuestos. Lo hizo con modales que siendo ella un ser hostil y hasta cierto punto salvaje, se verían extraños.
Una vez más, como hizo en aquellos largos y solitarios corredores, su mirar rojizo se dirigia hasta la figura del juez. Había que admitir que encontraba interesante el juego de luz y sombra que provocaban las llamas provenientes de la chimenea y que, en cierto modo le daban un porte majestuoso, pero sobre todo imponente.
Cuando hubo saciado la necesidad de comer y beber limpio sus labios con la servilleta y procedió a acompañar a Aiacos tal como el mismo le invitase. Coloco las manos en su regazo poniendo especial atención a las facciones del rostro ajeno. Por un momento, le pareció ver emoción en los camines orbes del juez. Violate desvió el mirar hacia la dirección donde creía que provenía el aullar de aquella manada.
Sonrió ligeramente.
Las gotas del líquido carmín serian algo que difícilmente pasarían de largo para el espectro de Behemoth, quien observo con suma atención todos y cada uno de los ademanes ejecutados por Garuda.
Cerró los ojos un instante. Sus labios se entre abrieron –-Fuh- Una sonrisa emanó de las blancas facciones del espectro. –Mi señor Aiacos- Comenzó, como si desease tener la atención del mencionado. -¿Cómo no temerle?- Su voz amena casi sonó como un susurro, como si tuviese miedo de que alguien más escuchase aquella conversación. –Usted representa una clara figura de autoridad y respeto. Sería imprudente no mostrar dicho sentir hacia su persona. Sin embargo, no es lo que me motiva a seguirle. – Negó con un suave vaivén de su cabeza siendo el movimiento secundado por sus largos mechones azabaches.
Se llevó la diestra al pecho, antes de continuar con sus palabras – Lo haría porque así desearía hacerlo, porque le sigo con devoción y fe ciega. Señor Aiacos, mi devoción nace de mi lealtad hacia usted. Porque confía en mi para ser su ala diestra y por ende, hare hasta lo imposible para llevarle a la victoria y aplastar a quienes osen intervenir en su camino…- Y aquel rostro que parecía ser indiferente se iluminó con un deje de emoción al proferir dichas palabras.
Pero solo vive para él, y lucha por y para él. Cada una de sus cicatrices marcaba un claro esfuerzo por ascender y ser mejor… Inigualable…
-Por eso, permítame brindarle el más brutal espectáculo para complacerle, cuando llegue el momento….- Su sonrisa se amplió, bastante segura de sus palabras.
Por un simple instante, su carmín mirar se desvió hacia las flamas de la chimenea, observándolas de reojo.
-¿Le complace la respuesta, señor?- Preguntó con calma, sin sonar atrevida. -¿Acaso hice algo que fue merecedor poner en duda mi confianza y lealtad hacia usted?-
Una vez más, como hizo en aquellos largos y solitarios corredores, su mirar rojizo se dirigia hasta la figura del juez. Había que admitir que encontraba interesante el juego de luz y sombra que provocaban las llamas provenientes de la chimenea y que, en cierto modo le daban un porte majestuoso, pero sobre todo imponente.
Cuando hubo saciado la necesidad de comer y beber limpio sus labios con la servilleta y procedió a acompañar a Aiacos tal como el mismo le invitase. Coloco las manos en su regazo poniendo especial atención a las facciones del rostro ajeno. Por un momento, le pareció ver emoción en los camines orbes del juez. Violate desvió el mirar hacia la dirección donde creía que provenía el aullar de aquella manada.
Sonrió ligeramente.
Las gotas del líquido carmín serian algo que difícilmente pasarían de largo para el espectro de Behemoth, quien observo con suma atención todos y cada uno de los ademanes ejecutados por Garuda.
Cerró los ojos un instante. Sus labios se entre abrieron –-Fuh- Una sonrisa emanó de las blancas facciones del espectro. –Mi señor Aiacos- Comenzó, como si desease tener la atención del mencionado. -¿Cómo no temerle?- Su voz amena casi sonó como un susurro, como si tuviese miedo de que alguien más escuchase aquella conversación. –Usted representa una clara figura de autoridad y respeto. Sería imprudente no mostrar dicho sentir hacia su persona. Sin embargo, no es lo que me motiva a seguirle. – Negó con un suave vaivén de su cabeza siendo el movimiento secundado por sus largos mechones azabaches.
Se llevó la diestra al pecho, antes de continuar con sus palabras – Lo haría porque así desearía hacerlo, porque le sigo con devoción y fe ciega. Señor Aiacos, mi devoción nace de mi lealtad hacia usted. Porque confía en mi para ser su ala diestra y por ende, hare hasta lo imposible para llevarle a la victoria y aplastar a quienes osen intervenir en su camino…- Y aquel rostro que parecía ser indiferente se iluminó con un deje de emoción al proferir dichas palabras.
Pero solo vive para él, y lucha por y para él. Cada una de sus cicatrices marcaba un claro esfuerzo por ascender y ser mejor… Inigualable…
-Por eso, permítame brindarle el más brutal espectáculo para complacerle, cuando llegue el momento….- Su sonrisa se amplió, bastante segura de sus palabras.
Por un simple instante, su carmín mirar se desvió hacia las flamas de la chimenea, observándolas de reojo.
-¿Le complace la respuesta, señor?- Preguntó con calma, sin sonar atrevida. -¿Acaso hice algo que fue merecedor poner en duda mi confianza y lealtad hacia usted?-
MeMeMe!- Espectro celeste
- Mensajes : 38
Fecha de inscripción : 08/11/2014
Re: Aquellas plumas de las alas... [Privado/Aiacos]
- Nota:
- Para aquellos lectores que no les guste el drama y son antiromanticos, les recomiendo no leer este post, ni los que vienen. Gracias
- Ambientación:
- Música
Se alejo un poco del asiento donde se encontraba la dama, pareció desaparecer de la escena. Y una sombra se proyecto de tras de Violate. La sombra parecía ahorcar a la chica. Pero el toque de Aiacos se poso sobre el hombro de ella.
—Devoción —repitió Aiacos susurrando entre labios. —Fe ciega —Y de repente vio algo en los ojos de la chica que amo, el brillo de saber que él era el mundo, el universo para alguien.
—Me complace tu vida. Pero sé que si fuese alguien de menor rango, no me amaras con dicha devoción. Si fuese solo algo tan bajo como un débil —Se quedo estático mirando la pared a una diminuta cucaracha, guardo silencio, se dirijo a la mesa y tomo una servilleta para luego tomar el insecto en sus manos, abrió la ventana y la libero a la noche — ...una cucaracha, no te tendría a mi lado. Todo porque soy un Juez, alguien que debes obedecer.
Volvió a su sofá y mirando el fuego prosiguió.
—Hace mucho, alguien en nuestras huestes me recordó con su mirada que soy débil de algún modo. Sus ojos grises me recordaron un pasado que no quería abordar. Y dejándola en medio de aquel lugar cual cobarde hui de ella. O quizás de mi mismo. Entonces pensé que todo aquel que me admirara, obedece o ...—miro a Violate buscando sus ojos —me ama, lo hace simplemente por mi rango. Nada mas.
Algo de tristeza se pudo sentir en la ultima silaba, y el flequillo de sus cabellos nublo con su sombra su mirada.
Última edición por Aiacos de Garuda el Mar Nov 25, 2014 12:05 am, editado 1 vez
Aiacos.- Nuevo
- Mensajes : 43
Fecha de inscripción : 23/03/2014
Re: Aquellas plumas de las alas... [Privado/Aiacos]
Las palabras que emitieron los labios del espectro mayor dejaron en sorpresa a Behemoth.
Por unos instantes cerró los ojos, y esbozó una ligera sonrisa, embelesándose con aquella profunda voz, pero también con su toque aunque el mismo fuese interferido por su sapuris.
Sus palabras lograron herirle como ningún otro enemigo lo hubiese hecho o hará jamás en batalla.
Una vez más, el mirar carmín del espectro se posa sobre la alta silueta que yace ahora en el asiento frente suyo. Cierto es que desconoce parte del pasado del ave Garuda.
Más aquello jamás ha representado un problema para ella...
Un pequeño sonido metálico proveniente de su sapuris fue lo que se escuchó al abandonar la mujer su sitio. Bastó con un par de pasos para sitiarse frente a Aiacos. Su mirar se mostró inmutable, inexpresivo fue su rostro. Se hincó con ayuda de la diestra siendo el movimiento secundado por algunos de sus mechones azabaches que osaron deslizarse como serpientes por sus hombros.
-Mi señor...-
Le llamó nuevamente, deleitándose internamente con el delicioso sentir que provocaba esbozar aquellas palabras, pues para ella tenían un peso mayor pero sobre todo importancia que nadie pudiese imaginar.
-Hirientes son sus palabras, sin duda alguna.- Y aunque a ojos ajenos el gesto fuese atrevido y merecedor de un castigo, valdría la pena el atreverse. Con suavidad extendió la diestra, tomando así la fría mano que el hombre había herido por voluntad propia previamente.
-Mi señor Aiacos. Mucho lamento escuchar la pena que aflige rotundamente su alma. Sin embargo- Con enorme suavidad, acaricio aquella herida, sin escocer la misma. –Más me temo que ha malinterpretado mis palabras. Le sirvo porque me complace, y satisface mi alma. Le sirvo a usted, no a su rango y le respeto como persona- Los rojizos orbes no se posaron sobre los ajenos pues se mantuvieron fijos siempre en ese corte que mancillaba la pálida mano ajena.
-He librado interminables batallas para ser merecedora de ser su ala... Para estar a su lado y no al de la figura de un juez infernal.- Sonrió ligeramente - Porque si así fuese, hubiese podido elegir entre Wyvern y Grifo, mas no fue así... Elegí y elijo estar con usted.-
De un fino ademan le invitó a cerrar la mano.
-Y sin importar que, me mantendré a su lado. ¿Le complace mi decisión?- Hizo una pausa, deleitándose con el frio sentir de su tacto. Llevó la mano contraria, envolviendo así la del juez entre las propias. -Dígame ¿qué es lo que puedo hacer para mitigar su sentir? dígamelo, y lo hare sin chistar, sea poseedor de la armadura de Garuda o no-...
Cerró los ojos y suspiró ligeramente. Antes de conducir la mano del juez a su mejilla como si le pidiese acariciarla.
Por unos instantes cerró los ojos, y esbozó una ligera sonrisa, embelesándose con aquella profunda voz, pero también con su toque aunque el mismo fuese interferido por su sapuris.
Sus palabras lograron herirle como ningún otro enemigo lo hubiese hecho o hará jamás en batalla.
Una vez más, el mirar carmín del espectro se posa sobre la alta silueta que yace ahora en el asiento frente suyo. Cierto es que desconoce parte del pasado del ave Garuda.
Más aquello jamás ha representado un problema para ella...
Un pequeño sonido metálico proveniente de su sapuris fue lo que se escuchó al abandonar la mujer su sitio. Bastó con un par de pasos para sitiarse frente a Aiacos. Su mirar se mostró inmutable, inexpresivo fue su rostro. Se hincó con ayuda de la diestra siendo el movimiento secundado por algunos de sus mechones azabaches que osaron deslizarse como serpientes por sus hombros.
-Mi señor...-
Le llamó nuevamente, deleitándose internamente con el delicioso sentir que provocaba esbozar aquellas palabras, pues para ella tenían un peso mayor pero sobre todo importancia que nadie pudiese imaginar.
-Hirientes son sus palabras, sin duda alguna.- Y aunque a ojos ajenos el gesto fuese atrevido y merecedor de un castigo, valdría la pena el atreverse. Con suavidad extendió la diestra, tomando así la fría mano que el hombre había herido por voluntad propia previamente.
-Mi señor Aiacos. Mucho lamento escuchar la pena que aflige rotundamente su alma. Sin embargo- Con enorme suavidad, acaricio aquella herida, sin escocer la misma. –Más me temo que ha malinterpretado mis palabras. Le sirvo porque me complace, y satisface mi alma. Le sirvo a usted, no a su rango y le respeto como persona- Los rojizos orbes no se posaron sobre los ajenos pues se mantuvieron fijos siempre en ese corte que mancillaba la pálida mano ajena.
-He librado interminables batallas para ser merecedora de ser su ala... Para estar a su lado y no al de la figura de un juez infernal.- Sonrió ligeramente - Porque si así fuese, hubiese podido elegir entre Wyvern y Grifo, mas no fue así... Elegí y elijo estar con usted.-
De un fino ademan le invitó a cerrar la mano.
-Y sin importar que, me mantendré a su lado. ¿Le complace mi decisión?- Hizo una pausa, deleitándose con el frio sentir de su tacto. Llevó la mano contraria, envolviendo así la del juez entre las propias. -Dígame ¿qué es lo que puedo hacer para mitigar su sentir? dígamelo, y lo hare sin chistar, sea poseedor de la armadura de Garuda o no-...
Cerró los ojos y suspiró ligeramente. Antes de conducir la mano del juez a su mejilla como si le pidiese acariciarla.
MeMeMe!- Espectro celeste
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Fecha de inscripción : 08/11/2014
Re: Aquellas plumas de las alas... [Privado/Aiacos]
El gran soberano miraba el fuego distraído mientras escuchaba a Violate a sus pies. Por un instante se concentro tanto en aquello que sus ojos nuevamente se ennegrecieron y una sonrisa fue dibujándose lentamente en el rostro del Juez. La herida en su palma le ardía, mas la sangre dentro de ella ya había coagulado dejando solamente la herida abierta. Luego miro los ojos rojos de la chica como miraba aquella herida. Lo cual llamo su atención llegando a pensar que dicha mujer poseía preocupación por sus dolores y sus penas. Y escuchando detenidamente sus palabras y observo como aquella mujer llevaba su mano a su mejilla. Acariciándole su rostro, observo piedad en la persona más fuerte que había conocido.
—Ya veo. Me complace tu decisión. —Dijo el espectro —Siempre me has complacido. Me complace tu respuesta Estrella Celeste de la Soledad, Violate de Behemoth. —Rió y su mirada se torno oscura y maligna. —Eso me reconforta. En parte ya me estaba cansando de esperar esa respuesta. — Poso sus manos en el rostro —Levanta la cara Violate.
Se levanto de aquella silla sosteniendo la barbilla de Violate en su mano, para tratar de que ella se parara junto con él.
—Violate mi fiel apoyo. Eres mi ala. La que resistiría mi apoyo si caigo. La que a pesar de que quizás sea más fuerte que yo, menguara para que yo crezca. Eres ese alguien inamovible. Entonces puedo decir que alguien dentro de muchos no me teme. Si no que me ama. —Y tratando de abrazarla con una mano por su cintura para afirmarla con fuerza a su cuerpo, poso la mirada en sus senos y la levanto hasta su rostro, mientras percibía en su nariz el aroma de la dama. Su otra mano trato de recorrer sus cabellos, mientras la miraba a sus ojos.
—Tengo pocos espectros en mi división, pero todos me siguen fielmente y tú destacas entre ellos.
—Ya veo. Me complace tu decisión. —Dijo el espectro —Siempre me has complacido. Me complace tu respuesta Estrella Celeste de la Soledad, Violate de Behemoth. —Rió y su mirada se torno oscura y maligna. —Eso me reconforta. En parte ya me estaba cansando de esperar esa respuesta. — Poso sus manos en el rostro —Levanta la cara Violate.
Se levanto de aquella silla sosteniendo la barbilla de Violate en su mano, para tratar de que ella se parara junto con él.
—Violate mi fiel apoyo. Eres mi ala. La que resistiría mi apoyo si caigo. La que a pesar de que quizás sea más fuerte que yo, menguara para que yo crezca. Eres ese alguien inamovible. Entonces puedo decir que alguien dentro de muchos no me teme. Si no que me ama. —Y tratando de abrazarla con una mano por su cintura para afirmarla con fuerza a su cuerpo, poso la mirada en sus senos y la levanto hasta su rostro, mientras percibía en su nariz el aroma de la dama. Su otra mano trato de recorrer sus cabellos, mientras la miraba a sus ojos.
—Tengo pocos espectros en mi división, pero todos me siguen fielmente y tú destacas entre ellos.
Aiacos.- Nuevo
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