Primer día en los alrededores (libre)

El cielo teñido de azul añil poco a poco fue invadido por la suave luz anaranjada del Sol; sus rayos calentaban las copas perezosas de los árboles que conformaban el bosque cercano al Santuario. Eran las 8 de la mañana, a los pies de un alto y antiguo sauce llorón -un viejo morador del bosque que vivía en un rincón resguardado de éste, a las orillas de un pequeño lago cuyo caudal fluía hacia un río de mayor envergadura no muy lejos de allí- un cansado viajero dormitaba plácidamente ajeno a los acontecimientos que transcurrían a su alrededor.

Un pequeño y curioso gorrión revoloteó hasta posar sus frágiles patitas sobre una superficie metálica pulida que relucía como el oro. El animalito picoteó aquí y allá los reflejos de los rayos del Sol en la lisa superficie con la vana esperanza de que aquellos destellos fuesen comida, provocando un gracioso repique. De repente el ave dejó su tarea y alzó la cabeza con premura; hasta sus oídos había llegado el sonido de una fuerte inspiración, proseguida de un quedo gruñido, y la elevación de la "tierra" que pisaba. Ladeando la cabeza, el gorrión, picado por la curiosidad, avanzó algunos saltitos hacia el origen del extraño ruido.

Khazar respiraba lentamente por la boca. Su pecho, cubierto por la reluciente pechera de capricornio, subía y abaja rítmicamente con lentitud, muestra inequívoca de cuan profundo dormía el Caballero. Su mano derecha descansaba sobre el duro blindaje del vientre mientras que con la mano izquierda sujetaba apenas la rienda de la Caja de Pandora de la armadura de Capricornio. Ambos pies los tenía posados en un maltratado saco de viaje, en el cual, guardaba las pocas pertenencias que poseía. Tan peculiar forma de dormir se debía, en parte, al agotamiento, en otra, a una manía adquirida durante su viaje de meditación y entrenamiento: por muy incomodo que fuese, dormía con la armadura puesta para asegurar que nadie intentaba robarla de nueva; de igual modo la Caja de Pandora. En cuanto al saco, ya no solo por las cosas que allí atesoraba, sino por otro motivo que lo forzó a emplearlo de aquella forma: era una manera de apaciguar el dolor de sus agotados pies.

Un nuevo quejido escapó por entre los labios del Santo Dorado. Algunos sueños mezclados con viejos recuerdos atormentaban su descanso. Un mueca de dolor y angustia se dibujó en las facciones de su rostro, junto a un ligero temblor de manos y piernas, justos involuntarios que provocaron el vuelo asustado de su inesperado compañero, el pequeño gorrión.

Khazar despertó sobresaltado, con los parpados abiertos al máximo de capacidad y la boca también, aunque fue incapaz de pronunciar ruido alguno; el sonido que fuese a gritar quedó ahogado en sus rígidas cuerdas vocales. De manera errática trató de centrar su vista en una rama baja del árbol, mas era tal la fuerza de los sentimientos sufridos que no lo logró hasta varios minutos más tarde, cuando la calma reapareció en su corazón. Posó la mano derecha en su rostro, aún respirando por la boca. Con las yemas de los dedos notó las gotas de frío sudor humedecer y deslizarse veloces por sus mejillas hasta perderse tras el cuello de la armadura.

"¿Por qué no puedo olvidarlo?"

Desde hacia un tiempo soñaba a diario con los mismos acontecimientos, provocando que no tuviese un descanso plenamente reparador. Una lágrima abandonó su ojo derecho, deslizándose por la mejilla de ese mismo lado y terminando su viaje entre los cabellos del Santo. ¿Por qué? ¿Acaso era un capricho de las moiras el atormentarlo con aquella época de guerra? Incapaz de soportarlo más, el Caballero se levantó del lecho donde había pasado la noche y se alejó varios pasos de aquel improvisado campamento, decidido a hacer explotar su ira y angustia antes de que estas fuesen su perdición.

Khazar buscó con la mirada algo, una roca de tamaño considerable o un árbol moribundo, algún elemento de la naturaleza apto para ser pulverizado por su iracundo cosmos. Lo único que halló capaz de cumplir el requisito indispensable que él necesitaba en esos momentos fue la superficie del cristalina del lago.

Una tras otra y otra más, Khazar hizo estallar por los aires la tranquila superficie del agua con bolas de energía, provocando un gran estruendo audible a varios metros de distancia alrededor.

Elsa la santa de bronce de cisne caminaba tranquilamente por un bosque en que los rayos de sol mal conseguían penetrar por entre los árboles. Elsa era una chica de estatura ligeramente alta, pelo azul pues lo había tintado de ese color ya que su color de pelo original era rubio, ella tenía los ojos de color azul como la color del cielo en una mañana de verano en que no había nubes que cubrieran el hermoso cielo. Elsa hace mucho que había dejado a su sensei atrás en las enormes montañas heladas del polo norte para cumplir su deber de santa y proteger a su dios Poseidón el dios de los mares. Nunca se había enamorado en su 20 años y tampoco sabría si algún día lo iba a hacer, porque vivía con miedo de que eso fuera contra la promesa que había hecho a su sensei “nunca enamorarse de un santo dorado o de cualquier otro santo, porque debería estar solamente concentrada en proteger a Poseidón y en cumplir sus misión”. Esa promesa aún la atormentaba en los días de hoy, como si fuera una pesadilla de la cual nunca se liberaría ni por solo un segundo.
A la medida que Elsa caminaba sin rumo, el sol poco a poco daba lugar a la luna y a más una noche fría donde la oscuridad empezaba a gobernar todo aquél lugar, así que decidió hacer una pausa para descansar un poco y intentar dormir. Elsa solo consiguió dormir un par de horas ya que repentinamente sintió un cosmos bastante poderoso no muy lejos de donde ella se encontraba acampada. Abriendo los ojos, ella lentamente se levantó y volvió a caminar siguiendo aquella energía cósmica que provenía más adelante, a unos kilómetros de ella.
Una vez que había llegado al lugar, avistó a un caballero dorado, para decir la verdad hasta era bastante hermoso y la armadura le asentaba maravillosamente. Entonces se ocultó detrás de unos arbustos intentando no hacer ruido, observándolo, solo que para su enorme infelicidad esta pisó una rama, y provocó un estallido que se escuchó perfectamente bien. Nerviosa intentó cambiar de lugar se dejó ver y lo miró fijamente con la máscara de cisne puesta para ocultar su rostro ya que la norma de una santa y por ser mujer debería ocultar su rostro y solamente podría quitar su máscara si ese chico le gustase.
-Ehm…perdón, pero solo para que sepas no te estaba espiando…-dijo Elsa tragando saliva, por lo menos a 3 metros de distancia del caballero dorado- Me llamo Elsa –se presentó solo para no ser mal educada, ya que tampoco lo era- Portadora de la armadura de Cisne…-dijo mirando alrededor, preguntándose que haría un caballero dorado, fuera de su templo en un bosque como este, completamente solo. – que haces por aquí solo? -preguntó algo curiosa-

Ira, frustración, una corriente de emociones sin fin se arremolinaba en torno al cuerpo del caballero que observaba con desprecio profundo la superficie del agua cristalina del mismo modo que vería a un enemigo caído que no merece su misericordia. Dio un paso hacia atrás y a la izquierda, girando su eje sobre el costado derecho del cuerpo y apuntó con la mano diestra al cielo. "Sí existe una entidad superior que pueda perdonar mi pecado, ruego no lo haga." Piensa y entrecierra los parpados, cubriendo parcialmente el color rojizo de su mirada. El cosmos del caballero se materializó poco a poco en torno al brazo alzado del joven dorado, brillantes esferas diminutas relucientes cuales gotas de agua congeladas. "No lo necesito." Durante un breve instante Khazar se puso de puntillas y descendió rápidamente al tiempo que describía con el brazo derecho una línea perpendicular en el aire perfecta, proyectando una cuchilla dorada que recorrió varios metros por sobre la superficie del agua, apenas rozándola pero dejando un surco profundo en ella.

Un ruido tras de sí hice que el caballero diese un brusco giro en la dirección de éste para encarar al intruso; no permitiría al enemigo atraparlo con la guardia baja de nuevo. Grande fue su sorpresa al descubrir a su inesperado acompañante. O, tal vez, debiera decir, inesperada acompañante. El santo dorado detalló con los rasgos más importante de la visita: Una joven, de unos 18 o 20 años, caballos azules y mirar curioso vestida con la armadura del cisne. Sin duda alguna, una Amazona de Bronce. "¿Quién es?" Piensa y se inquieta a la vez pues en sus memorias no había registro alguno de una amazona del cisne cuando él fue santo de plata. "¿Cuándo?" Quiso preguntar mas la cuestión quedó en su mente atrapada, reflejada vagamente en sus rojizos ojos.

Carraspeó al darse cuenta de su postura: estuvo dispuesto a desgarrar el cuerpo de la joven con su "espada", y no dudaría en hacerlo si ella intentaba algo que pusiese su vida realmente en peligro. Relajó el porte cruzando los brazos a la altura del pecho y poniendo firme la espalda, aunque mantenía una actitud más tranquila. No se sentía amenazado por la joven ni tampoco molesto con su presencia, aunque sí mantenía las defensas activadas. Si ella estaba sola o no, eso él lo desconocía por completo. Un ataque sorpresivo no sería bien venido en esos momentos.

La voz de la joven llegó hasta sus oídos con claridad a pesar de la distancia. Desde su punto de vista, la amazona expresó aquellas palabras con un perfil y actitud bajos; pero esa era su opinión personal. Desconocía por completo a la persona ante sus ojos.

-Khazar de Capricornio.- Dijo el santo dorado realizando una profunda reverencia, correspondiendo a la presentación de la extraña con respeto y educación.- Santo dorado de la Cabra montes, supuestamente, Guardián de la Décima casa del Santuario de nuestra señora, la Diosa Athena.- Recuperó una postura más correcta, más esperada de alguien de su estatus: guardar silencio.