Un tranquilo día en las montañas. [Maina de Virgo]

Era de suma extrañeza para la amazona que ahora los santos tuviesen días tan calmos, cuando un tiempo atrás sus vidas habían corrido peligro, el mismo mundo y su humanidad se hubiese visto bajo amenaza, ¿que había dejar la preocupación de lado? No; para un santo de Athena, jamás se es posible bajar la guardia, mucho menos cuando un poder y amenaza se formaba lentamente, al menos en lo que la fémina rubia había presentido días atrás; aquel cambio en la energía de su alrededor; la manera en que todo se alborotaba paulatinamente; y que no solo ello, pues se había sumido en unos días de profunda meditación, donde su alimento solo era el aire que pasaba por sus pulmones para dar seña que seguía viva, puesto que de aquella manera, podía ser una con lo demás; entablar una conversación con aquel Dios que la bendijo desde su nacimiento; guiándola por ese camino de sabiduría que aún le quedaba por recorrer; y así había enterado el hecho que algo sucedería en el Santuario, ¿qué día, que momento? No lo sabia con exactitud.

Con todo aquello, no implicaba que de vez en cuando pudiera tener un pequeño tiempo libre; dejando por un momento de lado esa clase de preocupaciones, pese a todo, seguía siendo una persona terrenal; el templo de Virgo le brindaba todas las comodidades que durante su infancia y parte de adolescencia había carecido; no podía quejarse, mas eso no infería que en ocasiones requiriera de ciertas cosas para su cuidado propio y porque no, de sus compañeros de armas; siendo la única fémina entre los dorados aun cuando hay otras Amazonas; sentía ella una clase de responsabilidad con los que eran sus vecinos de templo; dígase el instinto femenino y preocupación por estos, por lo que tenía una gama de varias plantas y flores medicinales con las cuales, gracias a varias lecturas, había aprendido a realizar infusiones en el dado caso que alguno enfermara o bien, desinfectar alguna herida, a ese grado llegaba Maina a preocuparse por ellos.
Salió de su templo, dejando en este la caja de Pandora que resguardaba su armadura; no sería necesario llevarla, solo era un paseo en búsqueda de plantas para su adición de infusiones; vistiendo únicamente su ropaje civil, aquella bata o en su caso vestido blanco, con la estola roja cruzada por sobre su pecho y hombro derecho, el clásico vestuario de los monjes budistas; ciertamente aun estando lejos de su país natal, sus costumbres no eran muy olvidadas.

—Oh, parece que no soy la única que encuentra este lugar basto en flora.— Habiendo recorrido un largo camino desde el templo de Virgo hasta aquella zona de diferentes plantas; que ya había en ocasiones atrás, visitado, creía era la única, pero tal parecía que no. Apenas se acercó un poco más a la persona ajena; por el cosmos que este emanaba, era alguien de confiar. —Me disculpo de ante mano si estoy interrumpiendo alguna actividad. Pasa que en este lugar hay muchas plantas medicinales que nos sirven mucho, suelo recolectarlas cada tanto para cualquier emergencia.— Explicó con parsimonia; su vista por el momento seguía oculta bajo sus párpados; por ello desconocía aun la actividad que el contrario realizaba. Ante el fresco aire soplado, ladeo una sonrisa, no solo por la variedad de plantas es que ese lugar le gustaba, no, también por aquella tranquilidad que transmitía, como si allí, fuese ajeno de todo lo malo que pudiese suceder en el resto del mundo; al menos desde su perspectiva.

Una pequeña pero visible sonrisa surcó los labios de la Amazona ante las palabras de su compañero, puesto que si algo le alegraba a la fémina rubia era el hecho de poder compartir tiempo con alguno de los dorados; poco es que conocía a sus compañeros, fuese porque usualmente ella se la pasaba en su templo, o por el simple hecho de que tal vez no era una persona que encajaba mucho con el resto; limitada a tener relación con solo unos cuantos, y ello no iba mucho de la mano con el ideal de que deberían conocerse entre todos para tener unos lazos más fuertes; un apoyo, no solo compañeros de armas, pero claro esos eran sus pensamientos.

—Ciertamente, creo que eres el primero que me cruzo con esta particularidad.—  Ladeo brevemente su rostro, para entonces permitirse el despegar sus párpados, una vez que se aclaró la mirada, echo un vistazo a lo que su compañero portaba en manos. —Ya veo, como una bitácora, ¿no es así?— Ello le pareció ciertamente interesante, y bastante útil si debía de decirlo; le recordaba a los pocos libros que había de ello en la biblioteca del santuario, los cuales no estaban ya actualizados a su época. —He de compartir ese agrado. Lugares como estos con pocos, y el tiempo que disponemos para relajarnos también lo es limitado, así que mientras se pueda, ¿porque no hacerlo?— Dejó escapar una breve risilla, y así sin más, tomándose el permiso ajeno de sentarse a una distancia pertinente, al lado del azabache. —Más allá de los limites del santuario, hay unos claros aun más bellos que este, donde lo único que se puede escuchar es la música que toca las ramas y hojas de los árboles al chocar entre si cuando el viento sopla, incluso los cánticos de las aves se silencian para dejar que la naturaleza haga lo suyo.—