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El Coliseo [Pasado, con Aine de Hydra)
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El Coliseo [Pasado, con Aine de Hydra)
La bravura con la que los rayos del Sol azotaban la zona era de todo, menos normal; el calor abrasador era anormal para aquella época del año, lo cual podría indicar que la deidad que regía al astro rey no estaba en su mejor día y aún más, que había decidido desquitarse con la humanidad por ello. Cualquiera que fuera la razón, el Coliseo donde se llevaban a cabo las pruebas de caballero estaba repleto por aspirantes, hombres y mujeres, jóvenes y adultos que por culpa de su transpiración tendían a separarse en pequeños grupos para evitar que empeorase el mal olor que se esparcía en el ambiente y que navegaba en conjunto con las escasas corrientes de aire; muchos ojos estaban llorosos, ante semejante hedor tampoco se les reprochaba si decidían retirarse antes de que los eventos finalizasen. Hoy solo se llevarían a cabo pruebas para los aspirantes a Santo de Bronce, y para uno de Plata, dividiéndose en cinco lotes diferentes que se intercalaban para entrar en la arena y confrontarse individualmente los unos a los otros en un combate de exhibición, solamente los cinco más fuertes lograrían formar parte de la caballería y con ello rendirle tributo a la diosa regente del Santuario en persona, pues la actual encarnación de la misma era muy allegada a sus fieles combatientes, no era algo que de lo que otras legiones pudieran presumir. Por otro lado, no era un evento al que asistieran solamente curiosos y aprendices más jóvenes y con menos talento, no, también habían alrededor de unos catorce caballeros ya graduados, algunos con experiencia y el rango de Santo de Plata, que esperaban expectantes a que sus discípulos saliesen y demostrasen lo aprendido con la esperanza de que también logren su objetivo; todos ellos lucían tranquilos y bastante relajados en comparación a sus contrarios, que cada vez parecían más nerviosos y perdían lentamente la gallardía y los ánimos de combatir al ver semejantes escenas, pues, aunque solo se tratase de una exhibición, las peleas resultaban crudas a la vista y bastante más serias de lo que debieran.
Ya estaba por terminar uno de los combates especialmente cruentos cuando un quinceavo caballero entrara por la puerta principal; uno de los santos más cercanos a las puertas del coliseo sería el primero en notarlo, un guerrero de plata que se había acercado con la intención de husmear y nada más, no tardaría mucho tiempo en reconocerle pues la cara de aquella persona era muy conocida y tal vez por ello fue que, al mismo tiempo que fijaba la mirada hacia el suelo, hincó una de sus piernas sobre el suelo de piedra y lo recibió con el máximo respeto. –Buenas tardes, señor – dijo aquel en un cordial tono, cerrando el puño y llevándolo hasta su pecho para completar su saludo. El individuo que había entrado era de un tamaño descomunal, pero su figura aunque intimidante no era nada comparada a sus rasgos de gran benevolencia, pues se trataba de alguien muy amable aunque fuese un hombre egocéntrico y curtido en el combate. Su nombre era Mauro, aunque solía presentarse como Aldebarán cuando una persona no era del todo de su agrado; aunque este no era el caso, pues confiaba plenamente en todos los integrantes del ejército ateniense, (con algunas excepciones), teniéndolos como camaradas irreemplazables. – Che. No es necesario tanto galardón, solo he venido para ver a mi alumno. Puedes levantarte – su voz era melodiosa para alguien de su estatura, varonil, pero suave y llena de amabilidad. Y así lo hizo el Santo de Plata, pues no quería molestarlo, y pobre de aquel que osara enfadar al Toro Celestial; su personalidad era tranquila, pero cuando alguien lo hacía estallar, no habría un alma que quisiera estar cerca de la escena en ese preciso momento. Mauro le dio una palmada en el hombro al hombre que había mostrado sus respetos a él, y luego ascendió hasta las gradas en donde recibiría el mismo tipo de saludo por los caballeros que quedaban, también sería aclamado con gran exaltación, sorpresa y admiración por los aspirantes que no competían aún por una armadura, se alegró por ello, es verdad, pero no pudo evitar sentirse mal por los que sí estaban luchando y a quienes se les había arrebatado el protagonismo con su presencia, pero a fin de cuentas, no era habitual que un Caballero Dorado decidiera bajar de las Doce Casas, y menos aún para mirar a los reclutas. Posteriormente sería reprochado por Isaac, el alumno por el que estaba allí, pues crecerían desmesuradamente las expectativas puestas en este cuando Mauro decidió saludarlo con efusividad y mostrando así su apoyo incondicional, poniéndolo en ridículo ante sus compañeros sin darse cuenta; él era demasiado jovial como para darse cuenta, aunque para la suerte de Isaac, pudo corresponder a esas expectativas y ganar todos sus combates. Al final sería nombrado Caballero de Plata, obteniendo la armadura de Lira en el proceso.
Por un momento, Mauro pensó que sería mejor retirarse ya que su presencia intimidaba un poco a los que todavía no habían empezado a combatir, pero algo en su interior, quizás la pereza de levantarse del asiento o algo más, le decía que se quedase allí un poco más. De todos modos solo quedaba una tanda de combates más para que se diera por concluido el evento, no perdería nada por quedarse un poco más.
Ya estaba por terminar uno de los combates especialmente cruentos cuando un quinceavo caballero entrara por la puerta principal; uno de los santos más cercanos a las puertas del coliseo sería el primero en notarlo, un guerrero de plata que se había acercado con la intención de husmear y nada más, no tardaría mucho tiempo en reconocerle pues la cara de aquella persona era muy conocida y tal vez por ello fue que, al mismo tiempo que fijaba la mirada hacia el suelo, hincó una de sus piernas sobre el suelo de piedra y lo recibió con el máximo respeto. –Buenas tardes, señor – dijo aquel en un cordial tono, cerrando el puño y llevándolo hasta su pecho para completar su saludo. El individuo que había entrado era de un tamaño descomunal, pero su figura aunque intimidante no era nada comparada a sus rasgos de gran benevolencia, pues se trataba de alguien muy amable aunque fuese un hombre egocéntrico y curtido en el combate. Su nombre era Mauro, aunque solía presentarse como Aldebarán cuando una persona no era del todo de su agrado; aunque este no era el caso, pues confiaba plenamente en todos los integrantes del ejército ateniense, (con algunas excepciones), teniéndolos como camaradas irreemplazables. – Che. No es necesario tanto galardón, solo he venido para ver a mi alumno. Puedes levantarte – su voz era melodiosa para alguien de su estatura, varonil, pero suave y llena de amabilidad. Y así lo hizo el Santo de Plata, pues no quería molestarlo, y pobre de aquel que osara enfadar al Toro Celestial; su personalidad era tranquila, pero cuando alguien lo hacía estallar, no habría un alma que quisiera estar cerca de la escena en ese preciso momento. Mauro le dio una palmada en el hombro al hombre que había mostrado sus respetos a él, y luego ascendió hasta las gradas en donde recibiría el mismo tipo de saludo por los caballeros que quedaban, también sería aclamado con gran exaltación, sorpresa y admiración por los aspirantes que no competían aún por una armadura, se alegró por ello, es verdad, pero no pudo evitar sentirse mal por los que sí estaban luchando y a quienes se les había arrebatado el protagonismo con su presencia, pero a fin de cuentas, no era habitual que un Caballero Dorado decidiera bajar de las Doce Casas, y menos aún para mirar a los reclutas. Posteriormente sería reprochado por Isaac, el alumno por el que estaba allí, pues crecerían desmesuradamente las expectativas puestas en este cuando Mauro decidió saludarlo con efusividad y mostrando así su apoyo incondicional, poniéndolo en ridículo ante sus compañeros sin darse cuenta; él era demasiado jovial como para darse cuenta, aunque para la suerte de Isaac, pudo corresponder a esas expectativas y ganar todos sus combates. Al final sería nombrado Caballero de Plata, obteniendo la armadura de Lira en el proceso.
Por un momento, Mauro pensó que sería mejor retirarse ya que su presencia intimidaba un poco a los que todavía no habían empezado a combatir, pero algo en su interior, quizás la pereza de levantarse del asiento o algo más, le decía que se quedase allí un poco más. De todos modos solo quedaba una tanda de combates más para que se diera por concluido el evento, no perdería nada por quedarse un poco más.
Mauro de Tauro- Santo de Oro
- Mensajes : 34
Fecha de inscripción : 18/03/2015
Re: El Coliseo [Pasado, con Aine de Hydra)
Para ser la primera visita que hacía al santuario, estaba dando la nota más de lo que a ella le hubiera gustado jamás. Se sentía tan extraña entre toda aquella gente... Unas gradas, mucha expectación y un premio. Un gran y ansiado premio por el que todos aquellos combatientes luchaban con todas sus fuerzas. La que hasta el momento había sido su maestra, la había advertido de la forma de ser de los athenienses; unos podían ser benevolentes y justos, pero por el contrario, había otros despiadados y traicioneros. Las mujeres de Alejandría tenían por costumbre llevar cada año a sus predecesoras y éstas, si estaban destinadas a servir a Athena siento uno de sus santos, lo desmostarían en una competición como aquella. La joven no pensó que fuera a llegar hasta donde había llegado. Muchos de los combatientes decían y sentían que la presencia allí de una mujer de las arenas estaba más que sobrada, sin embargo, aunque a ella no le gustara alardear de ello, estaba resistiendo mucho más los combates que toda aquella panda de gallos. Su cuerpo estaba mucho más acostumbrado que el de ellos al calor infernal que se cernía sobre sus cabezas cada vez que salían a la arena.
Su primer combate finalizó lo que ella podría considerar como bien. Su contrincante, tras la derrota, le estrechó la mano felicitándola. Aquella actitud era digna de una medalla, al menos así lo consideraba la italiana. Su siguiente contrincante era más arrogante y voluptuoso que el anterior, si bien podía estar orgulloso de la fuerza que su cuerpo poseía, tenía muy mal carácter y mal perder. Lo único que supo hacer durante el combate fue maldecirla y gritar. Un total de 5 combates fueron los que le sucedieron hasta llegar al que se encontraba ahora. Tras ser presentados, algo pareció atraer la atención de muchos de los presentes: la aparición de un santo de armadura dorada. Una aparición sin duda inesperada para todos. Durante la transición, su contrincante había aprovechado para tratar de asestarle un golpe mientras estuviera distraída, pero con lo que no contaba aquel estúpido ingrato era la velocidad con la que su patada lo golpeó, alejando aquel cuerpo de ella, volando un par de metros hasta tocar el suelo, y es que había utilizado la velocidad y fuerza de su contrincante para hacer que de tan sólo un mísero empujón, recorriera todo aquello, cayendo al suelo de espaldas.
El corpulento muchacho se levantó del suelo, mirándola con lo que ella podía interpretar como desprecio y rabia, a lo que ella prefirió responder colocándose en posición lateral, con sus pies alineados con los hombros. La mayor parte del peso descansaba en su pierna trasera, lista para continuar con el combate, hacer alguna evasiva o cualquier cosa que necesitara ejecutar en aquel momento, de tal forma que todo su cuerpo se mantenía activo con suaves movimientos, serpenteantes.
Su primer combate finalizó lo que ella podría considerar como bien. Su contrincante, tras la derrota, le estrechó la mano felicitándola. Aquella actitud era digna de una medalla, al menos así lo consideraba la italiana. Su siguiente contrincante era más arrogante y voluptuoso que el anterior, si bien podía estar orgulloso de la fuerza que su cuerpo poseía, tenía muy mal carácter y mal perder. Lo único que supo hacer durante el combate fue maldecirla y gritar. Un total de 5 combates fueron los que le sucedieron hasta llegar al que se encontraba ahora. Tras ser presentados, algo pareció atraer la atención de muchos de los presentes: la aparición de un santo de armadura dorada. Una aparición sin duda inesperada para todos. Durante la transición, su contrincante había aprovechado para tratar de asestarle un golpe mientras estuviera distraída, pero con lo que no contaba aquel estúpido ingrato era la velocidad con la que su patada lo golpeó, alejando aquel cuerpo de ella, volando un par de metros hasta tocar el suelo, y es que había utilizado la velocidad y fuerza de su contrincante para hacer que de tan sólo un mísero empujón, recorriera todo aquello, cayendo al suelo de espaldas.
El corpulento muchacho se levantó del suelo, mirándola con lo que ella podía interpretar como desprecio y rabia, a lo que ella prefirió responder colocándose en posición lateral, con sus pies alineados con los hombros. La mayor parte del peso descansaba en su pierna trasera, lista para continuar con el combate, hacer alguna evasiva o cualquier cosa que necesitara ejecutar en aquel momento, de tal forma que todo su cuerpo se mantenía activo con suaves movimientos, serpenteantes.
Aine de Hydra- Santo de Bronce
- Mensajes : 25
Fecha de inscripción : 27/03/2015
Re: El Coliseo [Pasado, con Aine de Hydra)
Entre los participantes resaltaba uno en especial, una joven mujer de inusitada fuerza que incluso había sido capaz de enviar volando a un aspirante que más parecía una bestia parda que un integrante del Santuario, hogar de la sabiduría y las artes del combate. Era una gran contrincante, claro, para alguien que todavía no se graduaba como guerrero, más, no era la única con posibilidades de triunfar entre los de su lote pues Mauro observaba a la distancia al menos otros dos personajes igual de prometedores que ella. Uno de ellos era un hombre de aspecto hosco y con una cara que realmente parecía la de un salvaje, aunque de entre los presentes era aquel quien se comportaba con mayor dignidad y respeto evitando herir a sus oponentes en la medida de lo posible, su altura era tan solo un poco inferior a la que poseía la pelirmorada; desfiló con toda gallardía, pues, hacia las “finales” al quedar entre los cuatro últimos participantes mientras que los otros dos, por su lado, más diferentes no podían a llegar a ser. Aparte de la primera fémina había otra mujer cuya máscara, obligatoria para todo aquel santo femenino por orden de la mismísima Athena desde tiempos mitológicos, ocultaba su identidad a la perfección lo cual hacía imposible discernir algo que no fuera el movimiento de sus ojos cuyo iris parecía marrón; ella había superado con creces a los otros participantes, pero al contrario que la fría e indiferente joven o el humilde y respetuoso guerrero de facciones salvajes, la mujer de curvas pronunciadas y cuya cabellera rubia resplandecía como hebras de oro había resultado ser una oponente letal para los que trataban de hacerle frente por no decir que su crueldad, en especial hacia los hombres, era remarcable a tal punto que muchos de ellos tuvieron que ser sacados de la arena por amigos y compañeros que no estaban participando pues sus heridas habían resultado muy graves, casi fatales en algunos casos. Por otro lado, el cuarto y último aspirante que quedaba de pie se notaba que había llegado por mera suerte hasta este punto, siendo que era muy pequeño para su edad, (tendría alrededor de quince años cuanto mucho, siendo de los más jóvenes involucrados en ese espectáculo), denotando con facilidad un aire de simpleza y timidez no muy propio de un soldado raso, menos aún era el comportamiento idóneo que tendría un caballero, aunque había demostrado tener algo de talento para su edad.
– El primero en caer será el de rasgos bestiales – dijo el toro dorado para sus adentros con seguridad, pues aún desde las gradas podía ver la diferencia de potencial; dicho y hecho, el hombre con honor cayó en seco contra el duro asfalto, con un brazo y una pierna en posiciones que no correspondían: ¿la razón? Había intentado confrontar a la amazona, pues eso parecía, cayendo en el acto de forma catastrófica y sin tener la oportunidad de defenderse, pues solo un golpe en el estomago bastó para sublevarlo siendo el daño a sus articulaciones un mero y morboso capricho de la mujer de cabellos rubios. – Esa no es la actitud de un guerrero. – Aquel acto logró molestarlo, no había nada que a Mauro le resultase más repugnante que semejante prueba de deshonor y crueldad, lo cual también notó la que era objeto de su asco cuando ella captó su mirada por un casual, parándose en seco para retirar ligeramente su máscara y dejar entrever una sonrisa que helaría la sangre y enervaría la voluntad de cualquier persona normal que la viese, pero contra Tauro aquello no era más que un intento fútil, aún así, provocó cierta inquietud por los dos que todavía quedaban en pie. “¿Debería detener esto antes de que alguien más salga herido?” Aquel pensamiento ahondó en lo más profundo de su mente de forma casi subconsciente, pero al final muy a regañadientes se decidió a esperar. No tenía sentido que entrase en la arena por algo así, después de todo, ese tipo de pruebas es lo que definiría en qué tipo de guerreros se convertirían y en si estaban preparados para alcanzar el rango de caballero.
En ese momento tan solo esperó haber tomado la decisión correcta.
– El primero en caer será el de rasgos bestiales – dijo el toro dorado para sus adentros con seguridad, pues aún desde las gradas podía ver la diferencia de potencial; dicho y hecho, el hombre con honor cayó en seco contra el duro asfalto, con un brazo y una pierna en posiciones que no correspondían: ¿la razón? Había intentado confrontar a la amazona, pues eso parecía, cayendo en el acto de forma catastrófica y sin tener la oportunidad de defenderse, pues solo un golpe en el estomago bastó para sublevarlo siendo el daño a sus articulaciones un mero y morboso capricho de la mujer de cabellos rubios. – Esa no es la actitud de un guerrero. – Aquel acto logró molestarlo, no había nada que a Mauro le resultase más repugnante que semejante prueba de deshonor y crueldad, lo cual también notó la que era objeto de su asco cuando ella captó su mirada por un casual, parándose en seco para retirar ligeramente su máscara y dejar entrever una sonrisa que helaría la sangre y enervaría la voluntad de cualquier persona normal que la viese, pero contra Tauro aquello no era más que un intento fútil, aún así, provocó cierta inquietud por los dos que todavía quedaban en pie. “¿Debería detener esto antes de que alguien más salga herido?” Aquel pensamiento ahondó en lo más profundo de su mente de forma casi subconsciente, pero al final muy a regañadientes se decidió a esperar. No tenía sentido que entrase en la arena por algo así, después de todo, ese tipo de pruebas es lo que definiría en qué tipo de guerreros se convertirían y en si estaban preparados para alcanzar el rango de caballero.
En ese momento tan solo esperó haber tomado la decisión correcta.
Mauro de Tauro- Santo de Oro
- Mensajes : 34
Fecha de inscripción : 18/03/2015
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