La hora ha llegado (Dorados Obligatorios)

Habían sido días oscuros en casi todo el mundo, y Regulus no fue la excepción a aquello… era un chico de apenas 17 años que había sido escogido por la armadura de Leo, no entendía porque, no aun.

Fueron llamados a la sala del trono por nada más y nada menos que el mismísimo patriarca al llegar pudo ver a sus demás compañeros dorados, Regulus con la mirada algo perdida se puso de pie y miro al patriarca. Quien de repente se puso a hablar tocando el tema menos indicado para aquel joven castaño de mirada celeste.

“La parte difícil no es obtener una cloth  de oro, si no mantenerla”

Esas palabras resonaron por unos segundos en la cabeza de aquel dorado, quien a diferencia de otros días, hoy si podía notársele opaco, serio… muy serio, sobre todo su mirada perdida que parecía observar al patriarca, cuando en realidad aquel chico veía a la nada, mientras escuchaba de alguna manera las palabras de aquel que los incitaba al combate y a rescatar a la diosa Athena, aquella diosa que le había escogido quien sabe por qué…

Entonces el patriarca pregunto cuáles eran nuestros deseos… entonces Regulus sin despegar su mirada de aquel sujeto en el frente, se dijo a sí mismo. “Yo deseo que esto termine… deseo que la guerra termine, deseo que mi hermana, mi hermano y mi madre estén de nuevo vivos, me siento débil sin ellos… Deseo…Que aunque sea... él, y solo él vuelva...” fue ahí donde abrió los ojos con algo de sorpresa, aunque escuchaba a sus compañeros dorados hablar, no les prestaba atención alguna. Cuando la portadora de la armadura dorada de Tauro, menciono algo sobre honrar la memoria de los caídos, aquella imagen  de ese triste día en que tuvo que defender Asgard codo a codo con algunos de sus compañeros dorados y uno de los dioses guerreros,  Daskalos… Cayo,  Aquel sujeto con el que por alguna extraña razón se encariño demasiado, tanto que aun a pesar de que pasaron los días  y de que había tenido poco trato con él, le dolía en el alma tanto o incluso mas que su propia familia.

Nuevamente aquellas ganas de llorar y el nudo en su garganta hicieron que aquel joven hiciera una leve mueca, pero se contuvo y una sola lagrima casi invisible cayo de su ojo derecho por su mejilla con suavidad, aquella lagrima parecía estar acariciando la mejilla de  Regulus quien teniendo una mente tan turbia como un huracán en mar abierto, comenzó a preguntarse a si mismo. “¿Por qué, Athena? ¿Por qué todo lo que amo en esta tierra me es arrebatado? No soy un mal chico siempre te he sido fiel, siempre doy todo y aun así soy incapaz de… incapaz de protegerlos… ¿Sera que tampoco seré capaz de protegerte a ti? mi musa, mi diosa…Cuales son las posibilidades de poder serte útil a ti… y al resto, comienzo a creer que no soy lo que esperabas de mí.” Era algo que lo preocupaba, le preocupaba no estar listo para aquella batalla, pero a pesar de sus tristezas, de esos malos tragos, Regulus cerro unos segundos los ojos, buscaba una respuesta y está casi como por obra de su diosa solo llego a sus labios de los cuales se escapó en un suave murmuro.- Por las posibilidades… -Aquel castaño dio media vuelta y justo antes de salir, diría en voz clara para los presentes.- Cuando estén listos para partir, saben dónde encontrarme… -miro de reojo hacia los presentes y continuo.- Estoy dispuesto a ir por mi diosa, aun si las posibilidades de volver con ella son casi nulas… Yo Regulus de Leo, estoy dispuesto a dar mi vida por mi amada Athena...-Sin más aquel joven que estaba dispuesto a salir del lugar se detuvo y miro hacia enfrente unos segundos, dio la vuelta de nuevo y fue a tomar asiento en una de las bancas del lugar, quedándose algo pensativo y en silencio, mirando al resto de sus compañeros.